La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 14 de febrero de 2024

Miércoles de Ceniza – 2024

 

Miércoles de Ceniza – 2024

 

Tiempo de conversión, tiempo de libertad

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más nos disponemos a iniciar el tiempo cuaresmal con la celebración del Miércoles de Ceniza. Nuevamente el calendario litúrgico nos pone en el umbral de la Cuaresma, y así, en camino hacia la Pascua del Señor.

            Si bien año a año celebramos el inicio de la Cuaresma con esta Eucaristía y con el rito de la bendición e imposición de la ceniza, siempre de nuevo es necesario preguntarnos: ¿Cómo queremos vivir el tiempo cuaresmal? ¿Hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos, y sobre todo nuestro corazón, durante el itinerario cuaresmal?

Tiempo de conversión, tiempo de libertad

            Sabemos que la Cuaresma «es el tiempo favorable, es el día de la salvación» (cf. 2Co 5, 20 – 6,2), pues es la oportunidad de buscar nuevamente la conversión. “Dios no se cansa de nosotros”[1], por eso nuevamente nos dice: «Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras.» (Joel 2, 12 - 18).

            Sí, nuestro buen Dios no se cansa de nosotros; y por ello una vez más nos llama, nos invita, nos pide volver a Él de todo corazón. Por eso queremos vivir la Cuaresma como un tiempo de conversión. Un tiempo donde volvamos a escuchar la voz de Dios en nuestros corazones, esa voz que nos invita a volver; esa voz que nos llama a retornar al hogar, al corazón del Padre.

            Si para nosotros, el tiempo de Cuaresma es el tiempo de volver al Padre; para el Padre Dios, el tiempo de Cuaresma, es el tiempo en que Él « se conmueve profundamente, corre a nuestro encuentro, nos abraza y nos besa» (cf. Lc 15, 20), tal como lo hace el Padre de la parábola del hijo pródigo.

            Sin embargo, todavía debemos hacernos una pregunta más; todavía debemos cuestionar nuestra conciencia y nuestro corazón. ¿En qué consiste la conversión? ¿De qué necesitamos convertirnos?

            En su mensaje para la Cuaresma 2024, el Papa Francisco nos señala que la Cuaresma “es tiempo de conversión, tiempo de libertad”.[2] Por lo tanto, la conversión consiste en ser libres, en buscar la auténtica libertad.

            Dice el Papa: “Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). (…) Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar.”[3]

            Sí, dentro de nosotros mismos, en nuestros propios corazones, llevamos ataduras que nos impiden ser libres; cadenas que nos sacan la libertad, la alegría y la capacidad de amar generosamente.

            Así, la Cuaresma entendida como tiempo de libertad consiste entonces en mirar nuestro propio corazón, mirar nuestra propia vida con honestidad, para reconocer cuáles son las cadenas y ataduras que debemos abandonar para vivir con Cristo en «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21).

            Al recibir hoy la ceniza como señal de penitencia y de inicio de un camino hacia la libertad; por un lado vayamos meditando qué situaciones, qué actitudes, qué ataduras estoy llamado a abandonar; y, por otro lado, pidamos la gracia de que en este tiempo el Señor Jesús vuelva a hablarnos al corazón, para darnos la fuerza de abandonar la esclavitud del pecado y así abrazar la libertad del amor.

            A María, que supo dar su sí libremente al plan de Dios, le pedimos que nos acompañe en este tiempo cuaresmal, en este tiempo donde buscamos la libertad, para que su presencia maternal nos ayude día a día a elegir la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

14/02/2024



[1] FRANCISCO, Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2024

[2] Ibídem

[3] Ibídem

jueves, 11 de enero de 2024

«Salió de Nazaret» - La Natividad del Señor - 2023

 

La Natividad del Señor – Ciclo B - 2023

Misa de la Noche

Lc 2, 1 – 14

«Salió de Nazaret»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más nos reunimos para celebrar juntos la Natividad del Señor en esta “santísima noche”[1], en esta Noche Buena. Una vez más nos hemos acercado al pesebre, para poder representar y contemplar el nacimiento del Salvador en Belén de Judea. Una vez más hemos escuchado los textos de la Sagrada Escritura que nos transmiten el misterio del nacimiento de Jesús.

            Sin duda la celebración de la Navidad y todo lo que ella implica tiene una atemporal y constante atracción para todos nosotros; de tal modo, que siempre de nuevo nos encaminamos hacia Belén con la fe, con los afectos y con el corazón.

«Salió de Nazaret»

            José y María también se han encaminado hacia Belén, lo hemos escuchado en el texto evangélico proclamado hoy (Lc 2, 1 – 14).

“«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero» (2, 1). Lucas introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús, y explica por qué ha tenido lugar en Belén. Un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén. (…) Y así, aparentemente por casualidad, el Niño Jesús nacerá en el lugar de la promesa.”[2]

Sin duda que la travesía que realizaron José y María desde Nazaret hasta Belén ha sido más exigente que nuestra propia peregrinación interior; sobre todo por la condición en la que se encontraba María y por todo el movimiento de personas que habrá supuesto el censo ordenado por la autoridad imperial. Moverse es siempre exigente, y más aún en medio de una multitud de personas.

Sin embargo, toda peregrinación es movimiento, es salir de la propia casa, de la propia realidad conocida, de la propia zona de confort para ponerse en camino hacia un nuevo lugar. José y María han salido de Nazaret, aparentemente por una causa humana, sin embargo, al mirar la historia con ojos de fe, vemos que detrás de esa causa segunda, se encuentra la llamada “causa primera”, el Dios vivo y providente, que guía la gran historia universal y la pequeña gran historia de cada uno de sus hijos.

José y María han salido de Nazaret, ¿de qué lugares, espacios o situaciones Dios me ha invitado a salir en el último tiempo? ¿Qué situaciones han hecho que tenga que ponerme en movimiento dejando atrás lo conocido? ¿He mirado estas situaciones a la luz de la fe práctica en la Divina Providencia para descubrir así la conducción de Dios en mi vida?

«Mientras se encontraban en Belén»

            José y María se dirigían a Belén para poder inscribirse en el censo. Y “mientras se encontraban en Belén, [a María] le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito.”

           

San José y el Niño.
Pesebre, Iglesia
Santa María de la Trinidad 

Es cierto que Belén era el lugar de la promesa, el lugar donde debía nacer el Salvador; sin embargo, el hecho del nacimiento de Jesús en estas circunstancias no deja de ser inesperado. Tal es así, que no había lugar preparado para el nacimiento del Salvador; María debe acostar en un pesebre a su pequeño Hijo envuelto en pañales.

            Salir de lo conocido nos expone siempre a lo inesperado, a lo sorpresivo. Pero precisamente allí, en lo inesperado, en lo no planeado, en lo sorpresivo, irrumpe Dios, irrumpe el mensaje de Dios, irrumpe la salvación de Dios.

            Cada vez que nos dejamos sorprender por Dios más allá de nuestros propios planes, cálculos, previsiones y deseos, permitimos que su luz irrumpa en nuestra vida y así la alumbre con un nuevo esplendor: «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz» (Is 9, 1).

«Les ha nacido un Salvador»

            Tal ha sido la irrupción de lo divino en lo inesperado de Belén, que los pastores -que se encontraban en la región cercana- recibieron el gozoso y luminoso anuncio del nacimiento de Jesús: «Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor».

            Cuando permitimos que Dios sea Dios en nuestras vidas; cuando confiamos en su conducción providente –aún por medio de limitados instrumentos humanos-, dejamos que su cálida luz alumbre nuestras vidas y corazones y así resplandezca en nuestra vida cotidiana. Y ese resplandor no puede sino difundirse, compartirse con los demás y así convertirse en alegre anuncio y testimonio de la acción de Dios: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!».

            En esta Noche Buena, en que todos peregrinamos hacia Belén, dejemos atrás y soltemos todo aquello que no nos permite caminar con libertad y generosidad; permitamos que Dios nos saque de nuestros lugares conocidos y seguros, de modo que, dejándonos guiar por Él, permitamos que nuevamente hoy se realice el milagro de Belén: la irrupción de Dios en lo inesperado y pequeño, la irrupción de Dios en un Niño que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5).

            A María, Mater peregrinans – Madre que peregrina, le pedimos que motive y acompañe siempre nuestro peregrinar, nuestro caminar, nuestro salir de nosotros mismos hacia la meta que nos indique la Providencia de Dios, de modo que también nosotros veamos la cálida y tierna luz que hoy resplandece en Belén: Jesús Niño, Mesías y Señor.

            Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Misa de la Noche – 24 de diciembre de 2023

[1] MISAL ROMANO, La Natividad del Señor, Misa de la Noche, Oración colecta.

[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús, 65.

domingo, 24 de diciembre de 2023

«El ángel entró en su casa»

Domingo 4° de Adviento – Ciclo B - 2023

Lucas 1, 26 – 38

«El ángel entró en su casa»

 

Este 4° domingo del tiempo de Adviento es del todo particular. Durante la mañana de este día, con la Iglesia, vivimos y celebramos todavía el Adviento, el tiempo del anhelo y de la espera de Cristo Señor que viene a nuestro encuentro.

Por la tarde, y sobre todo “en la noche santa”, nos introduciremos en el misterio del nacimiento del Salvador: "el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios." El evangelio del Domingo 4° de Adviento nos introduce ya en esta particular expectación al poner ante nuestros ojos el relato de la Anunciación.

El nombre de la virgen era María

            Así mismo, el relato evangélico nos muestra a los protagonistas, por decirlo así, del tiempo de Adviento, conforme este se acerca a la Navidad: José y María.

            Si la figura de Juan el Bautista se destaca durante las primeras dos semanas del Adviento, invitándonos a preparar el camino del Señor y señalando al mismo tiempo su venida escatológica; en la segunda parte del Adviento, aparecen con claridad ante nosotros las figuras de san José y la Viren María. Ellos nos ayudan a hacer memoria de la primera venida del Salvador, esa venida que celebramos al contemplar y anhelar su nacimiento.

            San José y la Virgen María, cada uno según su propia originalidad y carácter –tal cual nos lo muestran los evangelios- nos hablan no sólo de la ternura y el anhelo del nacimiento del Salvador; también nos hablan, con mucha sencillez pero profundidad, que ese anhelo por el Salvador, ese anhelo por Dios, se cultiva y experimenta en lo cotidiano de nuestra vida.

El ángel entró en su casa

            Por eso la conocida escena de la Anunciación del Señor ocurre en casa de María. Así lo señala el texto desde su inicio: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. (…) El ángel entró en su casa.”

            No debemos dejar de considerar y meditar una y otra vez en el hecho que el ángel de Dios entra en la casa de María. Es decir, llega a la cotidianeidad de la santísima Virgen. El texto evangélico no nos da detalles sobre lo que realizaba en ese momento María. Simplemente nos dice que el ángel entra en su presencia y al saluda: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.

           

- María en el Pesebre -
Iglesia Santa María de la Trinidad 


Podemos imaginar toda una serie de situaciones: tal vez María se encontraba en medio de sus tareas domésticas, o tal vez estaba en oración. No lo sabemos con certeza. Lo que sí nos transmite el Evangelio es que Ella se encontraba en su día a día, y aún así, en medio de lo cotidiano, se encontraba abierta a la presencia y a la palabra de Dios.

            De eso se trata. De tomar conciencia de que Dios viene a nuestro encuentro en lo cotidiano; se trata de tomar conciencia del Adviento cotidiano de Dios en nuestras vidas.

            María nos señala eso: Dios viene a nuestro encuentro en lo cotidiano, el Adviento ocurre día a día, y así ha de ser, para que también el Nacimiento del Salvador en nuestros corazones, ocurra día a día.

            ¿Cuán abiertos y disponibles estamos en el día a día para percibir la presencia de Dios en nuestras vidas, sus saludos y palabras? ¿Estamos serenamente atentos y disponibles o inquietamente dispersos?

Alégrate – No temas - Hágase

            Esa disponibilidad de María, esa su apertura a Dios en lo cotidiano, le permite entrar en un diálogo de fe con Dios, a través de su ángel. Conocemos el diálogo, lo hemos escuchado. Tratemos de contemplarlo y de adentrarnos en el mismo.

            En primer lugar, María es capaz de escuchar el saludo de Dios: Alégrate. La presencia de Dios en nuestras vidas siempre trae una sincera alegría, un gozo sereno y profundo que nada ni nadie nos puede arrebatar. La raíz de esa alegría es la certeza de que no estamos solos, Dios nos acompaña. “El que cree nunca está solo” (Benedicto XVI).

            Junto con la alegría por la presencia de Dios en nuestra historia de vida, se nos confía también una misión de vida, un ideal por el cual y para el cual vivir. Si bien esto puede desconcertarnos, Dios vuelve a decirnos una y otra vez: no temas. Es el momento de la oración constante, sincera y confiada. Donde se le presenta a Dios nuestras capacidades, pero también nuestros límites, preguntas e inseguridades. Si nuestra oración es sincera, Él no dejará de responder a nuestras preguntas y necesidades con el don y la acción de su Espíritu Santo.

            Y precisamente, movidos por ese Espíritu Santo, es que finalmente logramos decir con los labios y el corazón: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra.”

            Lo que María vivió en el momento de la Anunciación, y lo cual fue siempre fiel, debemos nosotros vivirlo cada día, para llegar también a decir como Ella: que se haga en mí según tu Palabra.

            En este Domingo 4° de Adviento, tan cercanos a la Noche Buena, pidámosle a María, Mujer del Adviento, que haga de cada uno de nosotros hombres y mujeres del adviento cotidiano, hombres y mujeres que en medio de las preocupaciones y ocupaciones del día a día, sepan escuchar el saludo del ángel de Dios y así responder a la llamada que nos hace el Señor de acoger su Palabra en nuestros corazones. Que así sea. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

Misa matutina del 24 de diciembre de 2023


domingo, 12 de noviembre de 2023

«¡Yo te bendigo Padre!» - 10° Aniversario sacerdotal

Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán - Fiesta

Décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal

Jn 2, 13 – 22

Mt 11, 25 – 30

«¡Yo te bendigo Padre!»

Queridos hermanos y hermanas:

            En este día, la Liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de la dedicación de la basílica romana de san Juan de Letrán, “madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y del orbe cristiano”. La basílica papal de san Juan de Letrán es la Iglesia catedral del Obispo de Roma, del Papa. Por esta razón celebramos esta fiesta litúrgica, y así renovamos nuestra comunión con el Papa y la Iglesia de Roma, y nuestra oración por él.

            Además, al celebrar hoy Eucaristía aquí en Tupãrenda, con ustedes quiero dar gracias a Dios por el décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Diez años de sacerdocio ministerial; diez años de misericordia. Como aquél día de gracias -en el cual me postré en esta misma Iglesia al rezar la letanía de los santos-, quiero volver a decir con los labios y el corazón: «¡Yo te bendigo Padre!» (Mt 11, 25).

La fuerza del sacramento

            Sinceramente no es fácil para mí pronunciar hoy una homilía. ¿Qué decir? ¿Cómo tratar de sintetizar y testimoniar diez años de ministerio sacerdotal? ¿Cómo testimoniar tanta misericordia del Padre? ¿Cómo compartir algo sin ser auto-referente?

            Respecto de su propia ordenación sacerdotal y primera Misa, decía el entonces Cardenal Ratzinger:

            “Estábamos invitados a llevar a todas las casas la bendición de la primera misa y fuimos acogidos en todas partes –también entre personas completamente desconocidas- con una cordialidad que hasta aquel momento no me podría haber imaginado. Experimenté así muy directamente cuán grandes esperanzas ponían los hombres en sus relaciones con el sacerdote, cuánto esperaban su bendición, que viene de la fuerza del sacramento. –Continúa Ratzinger- No se trataba de mi persona ni de la de mi hermano: ¿qué podrían significar, por sí mismos, dos hermanos, como nosotros, para tanta gente que encontrábamos? Veían en nosotros unas personas a las que Cristo había confiado una tarea para llevar su presencia entre los hombres.”[1]

           


¿Qué puede significar por sí mismo un hombre para tantas personas, para tantos que llegan hasta este Santuario? ¡Cuántos buscan la bendición del sacerdote! Una palabra, un consejo, una orientación. No se trata de mi persona, sino de la fuerza del sacramento, de la fuerza del sacramento del orden: de la presencia y acción eficaz del “único sacerdocio de Cristo que se perpetúa en la Iglesia.”[2]

            A lo largo de estos años de ministerio sacerdotal he comprendido a qué se refiere la teología sacramental cuando habla de un “cambio ontológico” en el varón bautizado que recibe el ministerio sacerdotal en el grado del presbiterado. El ente en cuanto tal, la persona misma, no experimenta un cambio; pero sí cambia el sentido de la misma para la Iglesia, para el pueblo que vive con él la fe. Para su pueblo es de ahora en más sacerdote, presencia sacramental de Cristo cuando actúa in Persona Christi et in nomine Christi.

            Incluso cuando en el cansancio he intentado esconder el sacerdocio de Cristo presente en mí; aquellos que me rodean siempre lo han buscado, encontrado y sacado a relucir. Recuerdo especialmente una situación, en la cual estaba ya cansado y algo saturado por las tareas pastorales y otros temas. En ese momento, recibo el mensaje de un amigo que me decía que vendría a visitarme. Tal fue mi alegría por la visita que recibiría que pensaba en qué conversaría con este amigo cuando llegase.

            Finalmente el encuentro y compartir se dio. Pero casi al final del mismo, esta persona me dice: “¿puedo confesarme?”. Y ahí volví a comprender que ya no soy solamente yo, sino el sacerdocio de Cristo en mí. Como bien lo expresa el Papa Francisco: “gracias a Dios, la gente nos roba la unción”; esa unción recibida en la ordenación sacerdotal.

«¡Yo te bendigo Padre!»

            Sí, se trata de la fuerza del sacramento, pero también de la fuerza del sentido de fe de los fieles –sensus fidelium-. No hay Eucaristía sin sacerdote; pero tampoco hay –vital y existencialmente- sacerdote sin pueblo fiel de Dios. Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”[3], sin esta pertenencia al Pueblo de Dios, a la Iglesia de Jesucristo.

            Sí, el sacramento del orden constituye verdaderamente a los varones bautizados como sacerdotes: ministros de la Palabra, de la Eucaristía y del santo pueblo fiel de Dios. Y al mismo tiempo, el contacto vivo con el pueblo de Dios en cada sacramento, en cada Eucaristía, en cada confesión, en cada diálogo, en cada alegría, sufrimiento y apostolado, constituye a los sacerdotes como hermanos, padres y amigos. Caminamos juntos –ministros y fieles-, el Señor Jesús, como en una peregrinación, camina con nosotros, en medio de su Iglesia.

            Por eso hoy, al repetir las palabras del Evangelio según san Mateo: «¡Yo te bendigo Padre!»; bendigamos a Dios, en primer lugar por habernos otorgado el gran don del Bautismo en Cristo; y con ello, habernos constituido como pueblo santo, pueblo de su propiedad: Nación de Dios.

            Bendigamos al Padre, por el gran don de su hijo, Jesucristo; bendigamos al Padre porque es el encuentro con Él lo que nos ha hecho cristianos; bendigamos al Padre, por el sacerdocio de Cristo, presente en su Iglesia, y por el ministerio sacerdotal de tantos hombres que con sus capacidades y límites hacen presente a Cristo para su Iglesia.

            Finalmente bendigamos al Padre por estos diez años de misericordia, en los cuales, en Alianza de Amor con María, me ha permitido ser “un sacerdote-padre con alma de niño. Ungido para ungir, perdonado para perdonar, amado para amar, salvado para salvar.” Un sacerdote-padre que intenta reflejar y reglar “el abrazo de ese Padre de misericordia” que un día lo abrazó en Tupãrenda.

María de la Trinidad

            A María de la Trinidad, a María de Tupãrenda, le pido la misma gracia que el P. Juan Pablo Catoggio pidió para mí en primera Misa (10/11/2013): “Que María, como desde el comienzo, vele por el encuentro del hijo con el Padre, que Ella vele desde el Santuario por cada uno de los que Dios te confía y te confiará.”[4]

            ¡Yo te bendigo Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños! Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

9 de noviembre de 2023



[1] J. RATZINGER, Mi vida. Autobiografía, 114 – 115.

[2] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de Ordenaciones I

[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 268.

[4] P. JUAN PABLO CATOGGIO, Primera Misa del P. Oscar Iván Saldívar. Homilía, 10 de noviembre de 2013. 

miércoles, 25 de octubre de 2023

María, mujer sinodal - 18 de Octubre de 2023

 

Fiesta del 18 de Octubre de 2023

Santuario de Tupãrenda

Jn 2, 1 – 11

María, mujer sinodal

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Celebramos hoy los 109 años de la primera Alianza de Amor con María, la alianza del 18 de octubre de 1914; celebramos además el 42° aniversario de la bendición de nuestro querido Santuario de Tupãrenda. ¡Celebramos la alianza, el Santuario y la Mater! ¡Qué gran día de celebración! ¡Qué gran día de bendición!

            Celebramos este 18 de Octubre guiados por el lema: “Con María, familia en alianza al servicio de una Iglesia sinodal”. Con este lema quisimos unir la espiritualidad de Schoenstatt, la espiritualidad de alianza, con el impulso del Año del Laicado que estamos viviendo como Iglesia que peregrina en el Paraguay.

Iglesia sinodal

            La primera parte del lema nos habla de nuestra espiritualidad de Schoenstatt, de nuestra identidad: “Con María, familia en alianza”. Como familia espiritual, el Movimiento Apostólico de Schoenstatt está conformado por diversidad de ramas, comunidades e iniciativas apostólicas.

            Y lo que une esta diversidad de comunidades es la Alianza de Amor con María. Es Ella la que nos convoca en su Santuario, la que nos llama a sellar una alianza de amor con Ella, y la que nos enseña a vivir en alianza los unos con los otros; Ella nos hace familia. Una familia de bautizados que nace de la Alianza de amor con Ella, vive en y desde esa alianza, y quiere regalar el carisma de la Alianza de Amor a la Iglesia y a la sociedad.

            En la segunda parte del lema de este año se nos invita a ponernos “al servicio de una Iglesia sinodal”. Pero, ¿qué es una Iglesia sinodal? ¿Qué significa ser Iglesia sinodal?

            El término “sinodal” proviene de una institución eclesial. La Iglesia ha llamado Sínodo a uno de los órganos colegiales que aconseja al Papa, concretamente al Sínodo de los Obispos. A su vez el término sínodo proviene del griego y significa caminar juntos. Así el Sínodo quiere convertirse en una actitud sinodal, en un modo de ser y vivir la Iglesia.

            Por lo tanto la Iglesia sinodal es la Iglesia que toma conciencia de que todos los bautizados caminamos juntos, los unos con los otros, y todos, caminamos detrás de Jesús, nuestro Salvador, nuestro Maestro y Señor.

           

Fiesta del 18 de Octubre en Tupãrenda.
Con María, familia en alianza
al servicio de una Iglesia sinodal.
En la alianza de amor, María nos enseña vitalmente a vivir una actitud sinodal; es decir, la actitud de quien sabe que no camina solo en la vida ni en la fe, sino en comunión con todos los hombres y mujeres, con todos los bautizados. Recordémoslo una vez más: “el que cree nunca está solo” (Cf. Benedicto XVI); sino que en Cristo Jesús está íntimamente unido a todos los bautizados.

            Sí, en Cristo y por Cristo, nunca estamos solos. Jesús está siempre con nosotros, y en realidad, siempre estamos unidos a toda la Iglesia: se trata de la realidad del Cuerpo místico de Cristo. “Nosotros somos sus miembros, Él la única cabeza” (Cf. P. J. Kentenich). Y esta realidad sobrenatural, se nos hace accesible a través de la Alianza de Amor con María. Lo que el bautismo nos da por gracia, la alianza de amor nos ayuda a vivir y experimentar.

Iglesia orante

            Es más, mirando a la Santísima Virgen comprendemos vitalmente en qué consiste ser Iglesia sinodal.

            La primera característica de la Iglesia sinodal es que ella es una Iglesia orante. Así lo vemos en el texto tomado de los Hechos de los Apóstoles, en el cual se nos dice que: «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.».

            Sí, la primera característica de una Iglesia sinodal es la oración vivida en comunidad. Se nos dice con mucha claridad que «después de subir Jesús al cielo», los discípulos se reunieron para hacer oración en común. No individualmente, sino en común, en comunidad, como Iglesia. La Iglesia se vive cuando oramos en común; cuando juntos escuchamos, acogemos y meditamos la Palabra de Dios que se nos dirige; cuando juntos celebramos con fe los sacramentos.

            ¡Cuánto nos falta aprender a orar en común! Puede que hagamos oración de forma individual; puede que leamos y meditemos la Palabra de Dios cada día de forma personal. Pero debemos dar un paso más: aprender a orar en comunidad. Que nos es otra cosa que aprender a abrir el corazón a Dios y a los hermanos. Aprender a poner el corazón –y todo lo que llevamos dentro- en presencia de nuestros hermanos. ¡Qué hermoso sería que en cada familia, en cada comunidad, cada uno pueda abrir el corazón en oración para que Dios reciba lo que llevamos dentro! Y de ese modo hacer propias las intenciones de los demás.

            Esa experiencia de oración en común auténticamente vivida, y bajo la guía maternal de María, puede llevarnos a experimentar lo que vivieron los primeros discípulos: «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración». Esa íntima unidad inicia, se cultiva y se fortalece con la oración. Esa íntima unidad es la auténtica sinodalidad. Sin oración no podremos ser una Iglesia sinodal.  

Iglesia diligente

            La Iglesia sinodal es también una Iglesia diligente en el servicio a los demás. Una vez más, es María la que nos muestra de forma vital y concreta cómo ponernos al servicio de los demás.

            Lo vemos en el pasaje evangélico de las Bodas de Caná (Jn 2, 1 – 11). Es Ella la que percatándose de la necesidad, se acerca a Jesús y le dice: «No tienen vino». Y más, aún. Ante la aparente resistencia de Jesús, Ella dice con serena certeza: «Hagan todo lo que él les diga»

            Estar al servicio de los demás como Iglesia diligente es prestar atención a las necesidades de los demás y tomar la iniciativa; involucrarse concretamente venciendo toda comodidad e indiferencia. Así, la Iglesia sinodal “es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.[1]

            Estamos llamados a involucrarnos como lo hizo Jesús. “Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican» (Jn 13, 17).”[2]

            Por eso, siguiendo a Jesús y aprendiendo de María, la Iglesia sinodal se adentra con obras, gestos y servicios en la vida cotidiana de los demás. Y así se convierte en Iglesia diligente; es decir, en  Iglesia que ama concretamente en el servicio, la misericordia y la ternura.

            Sin servicio, sin ternura, sin misericordia, no podremos ser Iglesia sinodal, Iglesia en salida, que camina al encuentro de los demás, al encuentro de Cristo Jesús presente en los más vulnerables: en los ancianos, enfermos y necesitados de ternura. Ternura que no es otra cosa que tocar con delicadeza y respeto la fragilidad del otro, para, con  esa caricia darle consuelo.

María, mujer sinodal

            En último término, queridos hermanos y hermanas, al peregrinar hoy a Tupãrenda y celebrar la Alianza de Amor con María, nos damos cuenta de que María es la personificación de la Iglesia sinodal. Y esto es así, porque María es mujer sinodal; es decir, María es mujer orante y diligente. Mujer de profunda y viva oración, que desde la oración camina al encuentro de los demás en el servicio de amor.

A María, la mujer sinodal, le pedimos que nos eduque en su Santuario, y nos conceda las actitudes de la Iglesia sinodal: la oración y el servicio diligente. A Ella, mujer de la alianza, le decimos en este Santuario y en este día de gracias:

“Aseméjanos a ti y enséñanos
a caminar por la vida tal como tú lo hiciste:
fuerte y digna, sencilla y bondadosa,
repartiendo amor, paz y alegría.
En nosotros recorre nuestro tiempo
preparándolo para Cristo Jesús.”[3]

Con María, familia en alianza.

Con María, Iglesia sinodal.

Amén.

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 24

[2] Ibídem

[3] P. J. Kentenich, Hacia el Padre, 609

martes, 19 de septiembre de 2023

Nuestra Señora de los dolores - 2023

 

Celebración en honor a san Pio de Pietrelcina

Capilla Conventual San Pio – Surubi´í

2° día del Novenario

María, Virgen hecha Iglesia

Nuestra Señora de los dolores

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Iglesia hoy nos invita a hacer memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los dolores. Hemos escuchado juntos el pasaje del Evangelio según san Juan en el cual se nos relata que «junto a la cruz de Jesús, estaba su madre» (Jn 19, 25 – 27). Así mismo, conocemos la secuencia que se entona en este día: Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa – Estaba la Madre Dolorosa, de pie junto a la Cruz, llorosa.

            En la mente podemos visualizar el momento, y en el corazón tratar de unirnos íntimamente a Jesús y a su Madre; esa Madre que precisamente nos fue confiada al pie de la Cruz: «Aquí tienes a tu madre».

Nuestra Señora de los dolores

            ¿Qué sabiduría de vida se esconde detrás de esta advocación mariana y su memoria litúrgica?

            La presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala en primer lugar la íntima unión entre Cristo y María. María está al pie de la cruz de su hijo porque estuvo a su lado a lo largo de toda su vida.

Si recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo María ha estado íntimamente unida a Jesús durante toda su vida, desde la misma concepción virginal y nacimiento de Jesús (cf. Lc1, 35. 2 ,6-7), pasando por sus primeros signos en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11) hasta la cruz (cf. Jn 19, 25-27) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (cf. Hch1, 14). Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la vida”[1]. Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.

¿Y qué nos dice este constante caminar de la Madre con el Hijo? Este constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella es la Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.

Sí, María colabora con Jesús en toda su obra de redención, y por ello, lo acompaña en la hora de la Cruz. Ella se ofrece también con el Hijo al Padre, y todavía, en la hora de la Cruz, acepta una nueva tarea, una nueva misión de parte del Hijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».

La colaboración de María continua, su misión se extiende ahora a todos los discípulos de su Hijo. Así como acompaña al Hijo en la Cruz, nos acompañará a todos nosotros en nuestros grandes y pequeños dolores.

María de la Trinidad, en la advocación de 
Nuestra Señora de los dolores.
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Y es por ello, que la presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala todavía algo más. Nos señala la presencia del dolor y del sufrimiento en la vida humana, en la vida de los creyentes.

A veces quisiéramos evitar el dolor y el sufrimiento, a veces quisiéramos evitar el sacrificio. Y sin embargo: Cristo «aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer» (Heb 5, 8). A veces quisiéramos que nuestra fe en Cristo Jesús nos dispense de dificultades y sufrimientos. Pero esa sería una fe muy inmadura y que no nos ayudaría a enfrentar los desafíos de la vida humana.

María, como Madre Dolorosa, nos recuerda que el dolor y el sufrimiento son parte del camino humano y del camino de fe. “Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos- es una fuente continua de sufrimiento.”[2]

Digámoslo con toda claridad, contemplando a la Madre Dolorosa y al llagado san Pio de Pitrelcina, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.”[3]

La Madre Dolorosa en realidad es por ello también Madre de la Esperanza; porque aceptando el dolor y uniéndolo al dolor redentor de Cristo sabe, cree y espera que todo ese sufrimiento se transformará en gozo: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5, 5).

La Dolorosa llena de esperanza nos eduque y nos enseña a aceptar con madurez el dolor que no podemos cambiar, la dificultad ante la cual no debemos huir. Nos enseñe que asumiendo ese dolor, esa dificultad, maduramos en la vida humana y en la fe cristiana. Y así nos preparamos ya desde ahora para participar del gozo de aquellos que serán consolados por el mismo Señor Jesús.

María, Virgen hecha Iglesia

            Así es como María se ha hecho Iglesia: acompañando al Señor a lo largo de toda su vida; incluso hasta la Cruz y el sufrimiento. Asumiendo el dolor llena de esperanza para así participar plenamente de la Resurrección.

            Así es como Ella nos hace Iglesia: enseñándonos a acompañar al Señor y a nuestros hermanos. Enseñándonos a no huir del propio sufrimiento ni del sufrimiento de los demás. Sino a asumirlo y hacer lo posible por aliviarlo, por consolar. Y lo que no podamos aliviar, entregarlo en oración y unirlo a la Cruz redentora de Jesús, sabiendo que misteriosamente colaboramos en la obra de redención del Señor y así nuestros sufrimientos encuentran un sentido y nos ayudan a madurar en la vida, en la fe y en el amor. Allí se esconde un gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

            En este día, llenos de fe, y también unidos a san Pio de Pietrelcina, decimos:

            “Concédeme entregar a los pueblos,

            como el signo de redención,

            tu cruz, Jesucristo,

            y tu imagen María.

            ¡Que jamás nadie separe

            lo uno de lo otro,

            pues en su plan de amor

            el Padre los concibió como unidad!”[4] Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 354

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 36

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 37

[4] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 332